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Atrapado en La Fira de Barcelona

Me disponía a salir del Mobile World Congress de Barcelona a través de la puerta principal jalonada por las dos torres venecianas que distinguen y dan carácter a todo al histórico recinto ferial, quizá emulando aquella filosofía de comerciantes que miran al mar como salida natural y fuente de riqueza de sus negocios. Era miércoles, penúltimo día de feria y la mayoría de los más de sesenta mil almas móvil en mano se dirigían hacia el fin de la intensa jornada. Una especie de ONU tecnológica constituida por la crème de la crème de la principales compañías del sector de las comunicaciones inalámbricas que conforman un mercado donde la crisis una y otra vez choca como las legiones romanas en la mítica «Lvtecia» de Astérix y compañía.

Dije que me disponía a salir, pero las dos torres 110 metros de altura parecieron disiparse ante los hercúleos armazones de la policía autonómica catalana que blindaba la salida ante los manifestantes que se aferraron a la plaza que da entrada a la Fira. Atrapado. consternación, indignación, desorientación y prisas en el interior. La manifestación eligió el peor momento y el lugar equivocado para blandir sus lemas cercando a sesenta mil personas que en su mayoría no estaban en su país de nacimiento acrecentando su sentimiento de indefensión y desorientación. Estudiantes me dijeron los mossos, pero yo veía banderas de Grecia y no me parecían alumnos ni de geografía ni de historia mucho menos. Muchos tenían que tomar un avión, un taxi, acudir a reuniones fuera o encontrar a sus guías fuera del recinto. La imagen que me llevé de aquel despropósito fue lamentable, no quiero ni imaginar la de todos aquellas personas que compartieron su conocimiento, tiempo, ideas y porqué no, sus inversiones con todos y en concreto con la ciudad de Barcelona.

Siempre parecen ser unos pocos, sí, como también parece ser que siempre son unos muchos más los que sufren sus protestas y la violencia de otros pocos, poquísimos distintos a los primeros. Todos anóminos, así al final de la jornada como la del miércoles nadie tiene la culpa del pequeño incidente. Pero sí tiene un enorme coste con nombre, apellidos y cifras indecentes. Un lujo que ni Barcelona se puede permitir a esta alturas en un sector que hasta el momento y en España no tiene crisis.

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